EL CAFÉ - II


El viento soplaba ligero mientras envolvía sutil con caricias su mejilla, el día estaba algo gris y triste, más bien diría apagado, el sol intentaba asomar la cabeza pero las nubes peleaban con él para que no lo consiguiera, un día revoltoso, en el que todos los poderes de la naturaleza jugaban entre sí para ver quién ganaría finalmente la partida.

Pasó por una cafetería pero no era la misma de la otra vez, resultó no tener el mismo aroma, pero aún y así, con el recuerdo de aquella mañana se aventuró a entrar. Curioso, nada era igual, era totalmente confuso, el ambiente del humo cubría todas las paredes de aquel lugar, aprovechó para encenderse un cigarrillo. El camarero no tenía nada de especial, a pesar de ser primera hora de la mañana arrastraba sus pies algo cansino y, sin dirigirle casi la palabra, con tan sólo un gesto de cejas le vino a preguntar que quería tomar. Vergonzosa apretó la garganta para que su voz se pudiese escuchar con todo el ruido y lanzó tremola y tímida su petición - un café por favor-.

A nadie parecía importarle el día pero ella continuaba intentando averiguar finalmente qué sucedería, sentada allí con su café, sin nada más que observar lo que la vida misma por sí sola haría. Todos se movían como meros autómatas, inexpresivos en sus rostros, no podía creerlo, esto jamás lo haría, no paraba de repetirse una otra vez que el gris es aburrido, es que a caso los demás eso no lo veían? Entró otra vez aquel chico, increíble, cómo pudo ser, la vino a revolver de nuevo, él la miró en la distancia, pareció reconocerla, le sonrío, una sonrisa. El sol empezó a brotar de entre las nubes y un ligero rayo de luz que entraba por la ventana le iluminó todo su rostro, tuvo que entrecerrar los ojos, y se dejó hacer, la vida sin más entró en todo su ser. Giró la vista, descolocada por aquella sensación de saciedad con la naturaleza, e intentó enfocar la mirada hacia el interior, el chico había desaparecido de nuevo. Salió corriendo a la calle, ya no consiguió saber hacia dónde se dirigió, la brisa golpeó su rostro y, en mitad de todo el barullo que nació en su interior tuvo que ser rápida para dejarlo dormido a un lado, continuó por dónde se quedó antes de entrar en ese inhóspito lugar.

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